Patagonia, tierra de fuego
Adoro los viajes que presentan inesperados desafíos y cierto grado de esfuerzo físico. Hubo una época en mi vida en que el malogrado Bruce Chatwin me metió en el cuerpo el gusanillo de la Patagonia. Es, ¿saben?, aquel cosquilleo que recorre todos los poros de nuestra piel y que no te abandona hasta que uno no ha logrado su objetivo. Tardé 15 años en cumplir mi deseo y hoy, por fin, me encuentro acompañado de María José en este extraordinario punto de la Tierra, concretamente en la ciudad portuaria de Punta Arenas dispuesto a cumplir el más anhelado de mis sueños viajeros.
El crucero Stella Australis, que hace el trayecto Punta Arenas / Ushuaia (ida y vuelta), navega por el estrecho de Magallanes, el canal de Beagle, y otro centenar de canales fueguinos invitándonos a descubrir una región de belleza virgen.
Punta Arenas es una moderna ciudad, capital económica del sur chileno y de la XII Región de Magallanes y Antártida Chilena. Situada en la orilla septentrional del estrecho de Magallanes, presta servicios a la minería del carbón e hidrocarburos, a la ganadería ovina y a la industria pesquera.
Llegamos el pasado mes de marzo, tras volar desde Santiago por encima de los Andes y de los Campos de Hielos Patagónicos. Nos recibió una tarde soleada y hacía mucho frío y mucho viento y mientras nos acercábamos a la ciudad me dediqué a contemplar las azuladas aguas del estrecho de Magallanes iluminadas por esa luz telúrica que solamente se da aquí, en el sur.
Y, ¿qué hacemos María José y yo en Punta Arenas?. Muy fácil: vamos a embarcarnos en una nueva singladura del barco “Stella Australis”, un buque de crucero que cubre una de las rutas marítimas más espectaculares de este mundo: los canales fueguinos en torno a la cordillera Darwin.
PRIMER DIA
Efectuadas las presentaciones de los viajeros y de la tripulación, el Stella Australis levanta anclas y abandona tímidamente los muelles de Punta Arenas y comienza su aventura semanal por los canales que surcan la Finis Terrae. Desde el puente de mando los oficiales maniobran en dirección sur, surcando las oscuras aguas del estrecho de Magallanes. Este vaso comunicante entre los dos mayores océanos del mundo, el Pacífico y el Atlántico, fue descubierto por error un 21 de octubre de 1520, cuando el navegante portugués Hernando de Magallanes, en misión oficial encargada por la Corona española, buscaba nuevas rutas de navegación hacia las islas Molucas.
Las luces parpadeantes de Punta Arenas gradualmente se disuelven en la distancia mientras entramos en el canal Whiteside, entre la isla de Dawson y la Isla Grande de Tierra de Fuego.
SEGUNDO DÍA
El silencio de las máquinas interrumpe mi sueño. Me coloco un chaquetón y subo a cubierta. Las luces del alba muestran un paisaje wagneriano en blanco y negro. El Stella Australis se encuentra anclado en el corazón del seno del Almirantazgo, en la playa de la bahía de Ainsworth, la cual alberga una nutrida variedad de aves y una colonia de elefantes marinos que pueden divisarse desde las lanchas neumáticas. Nos encontramos a los pies de la cordillera Darwin, un brazo agónico de los Andes que aquí surge del fondo del mar cubierta de hielos perpetuos en forma de glaciares. “Son, -dice uno de los guías-, sobrevivientes de la última glaciación ocurrida en la Tierra”.
Aquí pueden hacerse dos excursiones: una es a lo largo del borde de un arroyo, una turbera, hábitat de castores y rocas cubiertas de musgo alojadas profundamente dentro de un bosque primario (bosque magallánico); la otra es una caminata más exigente a lo largo de la cresta de una morrena glaciar. Ambas brindan vistas del fiordo, de la cordillera de Darwin y del glaciar Marinelli.
De vuelta al barco, mientras intento calentar mis entumecidos huesos con un cafetito, disfruto de un espectáculo impresionante: durante todo el día navegamos por el seno del Almirantazgo. Ante nuestros ojos desfila un paisaje que será la tónica de toda la travesía, fiordos rocosos, cascadas que se despeñan desde los campos de hielo y centenares de islas con una exótica vegetación.
Por la tarde, las lanchas neumáticas nos acercan a los islotes Tuckers. Aquí tenemos nuestro primer contacto con los simpáticos pingüinos magallánicos. Hay más de 4.000 pingüinos que utilizan este islote como lugar de anidación para reproducirse y criar a sus polluelos. Otras muchas especies de aves también frecuentan esta zona: cormoranes imperiales, gaviotas australes, águilas, ostreros… Cámaras fotográficas, videos y móviles empiezan a sacar humo.
TERCER DÍA
Se acerca uno de los momentos estelares de nuestro viaje: el abordaje con las zodiacs al glaciar Pía. Desembarcamos y mientras caminamos por los alrededores el guía nos explica que las estrías que se observan dibujadas sobre las rocas nos hablan de la retirada de gigantes masas de hielo que en el pasado dominaron el paisaje austral del planeta: “El ir y venir de estos hielos surcaron profundos e intrincados valles, ahora sumergidos bajo el agua, delineando la peculiar geografía de este rincón del mundo, dibujando así el contorno de sus canales, fiordos, bahías y montañas.”
Frente al Pía me siento insignificante. Soy una hormiga en medio de un gigantesco escenario: cerca de las paredes de hielo que caen en picado sobre el océano tenemos el privilegio de presenciar cómo inmensos bloques de hielo se desprenden del glaciar en medio de un atronador ruido que, seamos sinceros, nos pone la piel de gallina.
De regreso al barco navegamos por el brazo noroeste del canal Beagle, conocido como la Avenida de los Glaciares. Sobre la ribera norte del canal, una decena de glaciares perfectamente alineados se descuelgan de la cordillera Darwin y caen al mar. Otro espectáculo grandioso, créanme.
El canal Beagle por el que navegamos ahora fue descubierto en 1830 por los navegantes ingleses Murray y Fitzroy y recibió su nombre de la nave Beagle que ambos capitaneaban. Años más tarde Fitzroy regresaría aquí como una etapa más de su periplo mundial. Esta vez venía acompañado por un joven científico que años después revolucionaría al mundo con su teoría sobre el Origen de las Especies, Charles Darwin.
CUARTO DÍA
Vamos directos a nuestro próximo desafío: la bahía Wulaia. Wulaia, originalmente, fue uno de los asentamientos más grandes de los aborígenes yámanas, los primeros pobladores de esta región. Un museo instalado allí recuerda aquella primitiva comunidad que con gran esfuerzo fue capaz de sobrevivir en una de las regiones más inhóspitas del planeta.
También Charles Darwin desembarcó en esta bahía y se quedó prendado del lugar. No es extraño: una corta excursión por el llamado sendero Darwin permite subir a uno de los miradores más espectaculares de la región.
De vuelta al barco, nos espera el último gran momento estelar del viaje. Nos disponemos a navegar por la bahía Nassau, hacia el mítico Cabo de Hornos. Descubierto en 1616 por una expedición marítima holandesa, el Cabo de Hornos es un promontorio rocoso de 425 metros de altura que domina el paisaje del turbulento Paso Drake. La marina de Chile mantiene un faro permanente en la isla, habitado por un oficial y su familia, así como la pequeña capilla Stella Maris y un moderno monumento, unas planchas metálicas que dejan un hueco en su centro con la forma de un albatros en vuelo. Y es que según la leyenda, estas aves gigantescas, características de los mares australes, son precisamente los espíritus de los marineros perdidos en esta región azotada por fuertes vientos.
QUINTO DÍA
El viaje llega a su punto y final. Han sido 586 millas náuticas de una emoción y belleza increíbles. Nos dirigimos a Ushuaia, ya en Argentina. Una de las ciudades más importantes de Tierra de Fuego, con una población aproximada de 65.000 habitantes. Aquí abandonamos el Stella Australis. Y aquí Nos despedimos de nuestros amigos Emilia y Eugenia, madre e hija, con quien hemos compartido momentos muy felices. Brindamos por nuestra amistad, por los pingüinos, por Hernando de Magallanes, por la tripulación… Y hacemos votos para encontrarnos en nuevas singladuras.
Oriol Pugés